LA PORTADA ROMÁNICA DEL VIEJO CEMENTERIO DE VELAMAZÁN
“Recogido en una leve hondonada, se ve Velamazán, desbordado por el
legado de nobles piedras erigidas por los marqueses de su nombre.
El último señor fue un pájaro de cuidado, que se trastornó con la
chifladura de la velocidad y de los ingenios voladores”
Corazón de roble. Ernesto Escapa
Durante algunos días de enero hizo un calor excesivo para lo que venía siendo normal en la estación del invierno. En uno de esos días anormalmente cálidos nos dirigimos a Velamazán. Allí, desplazándose desde Rebollo, localidad en la que reside, nos esperaba Octavio Yagüe, recién jubilado de su trabajo en el ayuntamiento de Almazán. Octavio es un hombre preocupado por la situación y los problemas de la provincia, por la que manifiesta tener curiosidad e incluso pasión y, como consecuencia, conocedor del románico provincial y de sus problemas. Nos desborda también al llegar la amabilidad y generosidad de Victoria del Valle Antón, amante de su pueblo y crítica con algunas de las obras que en él se han realizado. Nos obsequia con unos graciosos sombreros que ella elabora con plásticos de diferentes colores.
Velamazán dista algo más de cincuenta kilómetros de la capital. La A-15 nos conduce hasta Almazán y allí hemos de tomar la CL-116 con dirección a Berlanga de Duero hasta encontrar un cruce a la izquierda, que, por la SO-P-4173, nos lleva a Velamazán.
Al llegar al municipio contemplamos el majestuoso palacio de los marqueses de Velamazán, construido en el siglo XVII y ahora herido, por estar fragmentado en varias propiedades, una de ellas dedicada a casa rural. Al lado de este edificio se levanta la iglesia parroquial de la Santa Cruz, que antiguamente formaba parte de la propiedad de los González Castejón, marqueses de Velamazán, y a la que tenían acceso directo desde su palacio. Destaca en la iglesia la torre nueva reconstruida entre 2005 y 2009, que, según Victoria, se ha levantado con el dinero que generan los doce aerogeneradores instalados en el municipio. Su apariencia se asemeja a un mirador, y, de hecho, posee un ascensor, para ascender a lo alto de ella, que no funcionaba el día que lo visitamos. La antigua torre fue herida en 1885 por un rayo que incendió el interior, fundiendo sus campanas y destruyendo la esfera del reloj. Esta herida contribuyó a su primer derrumbe en junio de 1953 y a un segundo, en octubre del mismo año.
Doce son las personas que actualmente duermen en el municipio, pues municipio es desde el siglo XIX, a pesar de su escasa población. Hasta entonces la localidad estuvo bajo la jurisdicción de la familia González de Castejón, marqueses de Velamazán. Y fue un pueblo grande, para lo que nos acostumbran nuestros pueblos, pues llegó a tener en sus calles a más de cuatrocientas personas a mediados del mismo siglo XIX, e incluso a más de quinientas a mediados del XX. Aunque el caserío hoy parece incapaz de albergar a toda esa población, muchos solares de casas, derrumbadas debido a su construcción con adobe, pudieron ser antaño lugar acogedor de viviendas y de sus gentes.
El conjunto del palacio y la iglesia se ve acompañado del rollo y de una curiosa fuente. Muy cerquita está el ayuntamiento y en sus bajos, un bar que permite la tertulia, el acercamiento entre las gentes y la vida de una familia.
Octavio nos condujo por las empinadas calles La Tercia y San Sebastián hasta lo que resta de la antigua iglesia de San Sebastián, objetivo de nuestro viaje. Está situada en una loma amesetada vigilada, desde otra más elevada, por el “Torrejón o Torreón”, que según la tradición oral fue levantado a principios del siglo XX por D. José María González de Castejón y Olazábal, con la intención de realizar ensayos de vuelos humanos; sin embargo, en la conferencia “Apuntes sobre la molinería tradicional en Soria” impartida por Ángel Lorenzo y organizada por la Asociación de Amigos del Museo Numantino el pasado 10 de mayo de 2023, éste, sostuvo que en su día pudo ser un molino de viento y, anteriormente, parte de la fortaleza de Velamazán.
El pasado de la iglesia de San Sebastián no es fácil de comprender; en su origen pudo ser románica, aunque en su madurez pudiera ser gótica y hoy, en su vejez, se ha convertido en una nave que se usó en su tiempo para cementerio pero que conserva su portada románica y su torre también altomedieval. La parroquial de San Sebastián comenzó su declive en 1620, cuando el marqués de Velamazán obtuvo el permiso del Obispado de Sigüenza para construir una nueva iglesia en la parte baja del pueblo, pues esta, al estar situada alejada del pueblo y elevada, era de difícil acceso para que niños y ancianos acudieran a los actos litúrgicos. Cuando por fin se bendijo la nueva parroquial advocada a la Santa Cruz en 1727, la antigua de San Sebastián se convirtió en el cementerio del lugar.
Un elemento singular de esta iglesia es la gran torre, que se encuentra adosada al muro sur y ligeramente separada. En una de sus troneras permanecerá la campana de San Sebastián que tocará a “clamores”. Nos cuenta José de Miguel Martínez, en su libro “Velamazán, Villa de señorío, condado y marquesado”, que no será hasta 1826 cuando se desmonte el tejado de la nave; mientras que en 1937 se desmocha la torre, a la que aquí llaman “la torre ciega” y se baja la campana de clamores hasta la iglesia de Santa Cruz. Todas esas intervenciones contribuyeron a crear ese aspecto semirruinoso que muestra hoy, viéndose acrecentado por la intervención de 1946, en la que se desmontó la esquina suroeste por peligro de derrumbe. Este mismo autor nos cuenta que tuvo dos puertas de acceso: una desde el interior de la iglesia, y otra, desde, el exterior, que todavía se intuye al lado de la portada, y que se tapiaron. Además su interior guarda una espectacular escalera de caracol. En nuestra visita observamos las troneras cegadas así como una estela medieval empotrada en el muro sur de la torre.
La tradición oral nos dice que la portada románica se subió desde la antigua románica de Santa Cruz, aunque bien podría haber formado parte de la antigua iglesia románica de San Sebastián. La portada se abre en el muro meridional y en el pasado se cubrió con un portalejo a un agua, como demuestra la roza de la torre. Se trata de una portada de buena factura con arco de medio punto, apoyado en una imposta de simple nacela, seguida hacia el exterior por una pequeña arquivolta de bisel, otra con un fuerte baquetón y una chambrana de nacela. La arquivolta de baquetón descansa sobre dos capiteles figurados. El de nuestra izquierda está decorado con dos aves, posiblemente gallináceas, que podrían ser dos sisones picoteando un tallo con hojas que aparece en el vértice; el de la derecha representa a dos aves que parecen picotear algo en el suelo, si bien una de ellas ha perdido la cabeza. Se ha dicho que son posibles arpías, pero bien podría tratarse de dos aves rapaces. Los cimacios de las dos cestas presentan una decoración dentada.
El resto del inmueble es obra ya gótica y se construye en mampostería excepto: esquinas, vanos, cornisa de la cabecera y muro de separación de cabecera y nave. La cabecera, al igual que las otras iglesias de Velamazán, es recta y ligeramente más estrecha que la nave. Al interior, el paso de la nave a la cabecera se soluciona con un gran arco de triunfo apuntado de buena calidad y con un muro de buena sillería, que recuerda a otros del entorno. La cabecera estuvo abovedada con una bóveda de crucería de ladrillo enfoscada con cal y arena, según vemos en el arranque de esta en la esquina sureste. Asimismo, destaca en este espacio un arco de medio punto de gran dovelaje, semienterrado en el muro norte. Se sabe que la nave estuvo cubierta en los últimos tiempos con una cubierta de madera, pero al menos conserva dos elementos que nos hacen creer que en su origen estuvo cubierta con una bóveda de crucería: en el rincón sureste de la nave todavía se ve el arranque de una bóveda de crucería, en este caso de piedra y la ménsula de la que partía y, en el muro septentrional, se distingue una gran columna embutida en el muro.
Al exterior, la cabecera conserva toda la cornisa y, en su unión con la nave, una articulación similar a la que se puede ver en la ermita de Nuestra Señora de la Dehesa; en este caso con una gran columna que vemos en el lado norte, mientras que en al sur aparece enmascarada con la torre adosada. Una grieta vertical en el muro este amenaza este espacio.
Sería bueno, ahora que el viento sopla a favor de esta villa, que se consolidará “la torre ciega”, que se rehiciera la esquina suroeste y que se abriera al público esa vista de la que hoy no se puede disfrutar. Un estudio arqueológico de todo este espacio añadiría valor al pasado de la villa.
Con su vehículo Octavio nos lleva hasta la ermita de la Virgen de la Dehesa, a la que hace años acudían los “churriegos” en procesión en la noche de Viernes Santo, así como a misa durante el mes de mayo. El inmueble contó con casa de santero, de la que se conserva la caja de sus muros. Allí se encuentra esta ermitilla aprisionada entre campos de labor. Posee una bonita portada románica y un testero recto. La articulación entre la nave y la cabecera se soluciona con dos columnas, que ya vimos que copian años después en San Sebastián y que, por cierto, en su muro sur tiene tales desperfectos que podrían estar anunciando su derrumbe. Este inmueble fue intervenido magistralmente por el Proyecto Soria Románica, pero es conveniente seguir cuidándolo. Hoy solo algunas aves viven en su interior.
En nuestro regreso nos aventuramos en Barca, un pueblecito cuya iglesia advocada a Santa Cristina posee un precioso pórtico románico, con una esbelta torre y, en su plazoleta, su rollo de justicia. Esta torre, junto con la de Alentisque, se comunican visualmente con la torre blanca de Velamazán.
Una pareja mayor nos aborda con su paso lento. Se han cansado de Madrid y desde la pandemia viven en Barca. ¿Será este el futuro de nuestros pueblos?
BIBLIOGRAFÍA
- BLASCO JIMÉNEZ, Manuel (1909): Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la provincia de Soria. IIª edición, Soria. Ed. Tipografía de Pascual P. Rioja.
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- MORENO Y MORENO, Miguel (2009): “La torre nueva de Velamazán”. Ochoa Impresores, Soria.